27 octubre 2009

Promiscuo, híbrido, indestructible. Teletransportación de objetos.


Hace dos domingos fue el día de la madre en Argentina. Desde que estoy lejos, la forma de homenajearla para esas fechas dejó de lado los objetos materiales (soy muy impaciente como para usar el correo postal) y se convirtieron en comunicaciones telefónicas o en objetos inmateriales, principalmente vídeo online.






Sólido, fluido, volátil. El trabajo con la forma.

Leí hace unos días en el Atlas de Michel Serres[1] una jugosa simplificación del trabajo (y de la relación con la forma y la materia) a través de los tiempos, haciendo paralelos de cada paradigma con personajes mitológicos. Así, dice Serres, Atlas es el que sostiene; es un hacedor de cimientos, “labor primera o fundamental, obra estable que resiste al tiempo y a su erosión; en suma, trabajo de origen para obra perenne”. Atlas soporta la piedra.
Hércules, en cambio, transforma las cosas. Se pasa aquí de la obra estática “al trabajo cinemático, en movimiento, o a la dinámica de una transformación”. Hércules pone a remar a Atlas, a labrar las olas del mar. Pasamos de lo sólido a lo fluido. El paralelo es el marinero, pero también el labrador, el albañil, el tejedor.
“Desde la revolución industrial, la fragua pasó a primer plano. Nueva bifurcación: la transformación ardiente de las cosas se convirtió en la base del trabajo”. Prometeo, que roba el fuego del Olimpo, y Hefesto, dios del fuego y de la forja, lisiado, envenenado por su propio trabajo, son los símbolos de esta etapa fabril.
La última bifurcación la trae Hermes, dios olímpico de las fronteras y de los viajeros que las cruzan, del comercio, de los atletas y de los oradores. “Tras el sostén estático de las formas, tras su transformación, primero en frío y después en caliente, llegó el reino de la información”. Y aquí aparecen los ángeles: los mensajeros. Se pone interesante.


Formación, transformación, información.

Según Serres, actualmente “vivimos en una inmensa mensajería, en la que la mayoría trabajamos de mensajeros: soportamos menos masas, encendemos menos fuegos, pero transportamos mensajes que, a veces, gobiernan a los motores”.
Y, creo, esta aclaración es obvia pero fundamental: “Por supuesto, ahora y siempre, con encabalgamientos y remanencias, perduran los antiguos trabajos: nunca podremos prescinir de campesinos ni de tallistas, de albañiles ni de calderos; pero aunque sigamos siendo arcaicos en las dos terceras partes de nuestras conductas, algunas obras, más que otras, dan a una era su coherencia y su color singulares: mientras que en otros tiempos fuimos más bien agricultores, y no hace tanto especialmente herreros, ahora somos sobre todo mensajeros, aunque todavía dependamos de los campos y de la fábrica”.
De sólido a fluido, de fluido a volátil. Leía esto en el bar-restaurante en el que estoy trabajando, mientras hacía de mensajera entre mesas y cocina, entre clientes y barra.


Anita la mensajera.




Mientras escribo esto, por esas asociaciones de palabras y de imágenes que no se pueden evitar, se me viene a la cabeza la artista Annette Messager, su nombre y la relación que porta con su obra[2]. Recuerdo haber visto sus pájaros vestidos y sus ardillas embalsamadas durante una clase de la universidad harán casi diez años, y ahora pienso en eso, en el designio de su nombre y en cómo esas obras hechas con los cuerpos de mensajeros anónimos, abrigados y dispuestos como si de un equipo se tratara, son una especie de recordatorio de que –usando el cliché mcluhiano- el medio es mensaje.


‘Le Repos des Pensionnaires’ (El reposo de los pensionistas), 1971-72.


Fax U in the telephone (adoro la teletransportación)[3].

Volviendo al día de la madre, y a la necesidad que tengo desde la infancia de homenajearla con algo “hecho para ella”, pensé nuevamente en los objetos, en cómo hay cosas que nos unen y nos recuerdan al otro, y en cómo esos objetos no acarrean un mensaje sino que se convierten en él, son ese mensaje.
Así que decidí probar la teletransportación. Nadie de mi generación podría obviar el miedo que nos metió Cronenberg a que, en el proceso, otro ser interfiera, y llegue al otro lado una cosa híbrida, promiscua e indestructible, pero igual corrí el riesgo.
No llegaron iguales. El camino recorrido las transformó un poco. Las moléculas se reconstituyeron de forma diferente a través del papel de cocina -objeto transductor-, pero llegaron a destino. Todos los objetos fueron encontrados donde se esperaba.
Su mensaje ha sido enviado.










[1] Serres, Michel. Atlas. Cátedra, Madrid, 1995.
[2] Siempre me ha gustado ese juego, he ido juntando en la memoria una lista de personajes actuales, famosos o conocidos cercanos, cuyos apellidos tienen directa relación con aquello a lo que se dedican, como si un designio ancestral los llamara a dedicar su vida a ello, o como si se los nombrara luego, a partir de la profesión que eligen, como se hizo hasta la Edad Media.
[3] Parte de la letra de “Fax U”, canción del disco de Charly García “La hija de la lágrima”, de 1994.

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